Perdón, perdón ante todo por las palabras que puedan salir de mis manos, pues no quiero que ninguna sean dardos envenados dirigidos directamente al corazón. Mis palabras solo quieren escapar de mi boca para que tú me comprendas...



jueves, 22 de septiembre de 2011

LUZBEL

-          Cicatrizará, del todo, en un par de días. – Su mirada destilaba preocupación mientras le colocaba unos vendajes en la espalda. – No deberías haberlo hecho.
Luzbel se levantó de la cama semidesnuda, desatando, inconscientemente, un deseo lascivo en la mente de Rafael. El joven fue consciente de cómo sus mejillas se teñían con un sonrojo pudoroso que, nada tenía que ver, con la verdadera naturaleza de sus pensamientos obscenos.
-          ¿Y qué esperabas? – le espetó con furia contenida. - ¿Qué fuese misericordioso?
Hizo una mueca de desagrado, a la que le siguió una sonrisa sarcástica:
-          Eres un incrédulo, Rafael.
-          Te saltaste las normas… - dijo dubitativo.
-          ¿Y?
-          Que mereces un castigo. – Su voz sonó firme y poderosa en aquella ocasión.
-          ¿Y tú también lo crees? – No obtuvo respuesta, Rafael se limitó a mirarla con lástima. - ¡Lárgate! ¡Déjame en paz! ¡Eres igual que Èl!
Rafael se acercó e intentó acariciar su rostro. En otro tiempo, muy lejano ya y perdido en la memoria de la humanidad, había sido su mentor, amigo y confidente. En realidad, debía reconocer que la había querido con locura.
Sin embargo, Luzbel había pasado demasiado tiempo en la Tierra, había aprendido de los hombres y, como ellos, había acabado con el alma corrupta y putrefacta.
-          ¿Por qué sientes pena de mí? – gritó Luzbel con los ojos encharcados en lágrimas.
-          Lamento tanto que hayas acabado así…
Rafael la abrazó y, por un instante, Luzbel lo consintió. Se dejó envolver por el cálido cuerpo de su viejo maestro y apretó los párpados en un intento de controlar su tembleque.
Los dedos de Rafael bajaron por su espalda con delicadeza y no se detuvieron hasta que, sus yemas, rozaron las dos pequeñas cicatrices con forma de hoz que tenía debajo de los omoplatos.
Un latido se quebró en el interior de Luzbel, apartándose bruscamente de él.
-          Eres peor que la serpiente que engatusó a Adam.
-          Y tú una blasfema. Maldices al que te dio la vida. Por eso te han expulsado.
Luzbel suspiró. Aquello era cierto: Había blasfemado, maldecido y había sido expulsada de los cielos. Pero volvería a hacerlo, pues nadie la obligaría a dejar de pensar:
-          Mi querido Rafael, ¿qué ha hecho tu dios por ti? ¿Qué ha hecho por los hombres que moran estas tierras? Dios ha abandonado a su juguete, ha dejado sola a la humanidad sin importarle qué y cómo será su destino. Las guerras se extienden como una plaga que destruye la cosecha; los niños hambrientos aprietan sus vientres entre sus manos, clamando piedad; Las enfermedades sin cura llenan los hospitales de dolor y de miedo… El terror crece: Asesinatos, atentados, abusos, violaciones… son el padrenuestro de cada día. ¿Y qué hace tu Dios? Se da la vuelta y juega al ajedrez con sus amados arcángeles. ¡Hasta Lucifer se preocupa más por todo lo que sucede en el mundo de lo vivos que el Todopoderoso!
Rafael se enfrentó a ella con un rostro cargado de ira. El arcángel desplegó sus alas de suaves y blancas plumas, las agitó creando un pequeño vendaval y las volvió a esconder como señal de superioridad.
-          He aquí tu nueva condición: Disfruta, malvive y muere, en vida, como uno de ellos. Has renunciado a la Gracia Bendita, a la protección de Dios. La clemencia se ha agotado,  no habrá otra oportunidad para ti. Ángel eras y en mortal polvoriento te convertirás. Nada esperes ya, pues tu sufrimiento acaba de empezar.
Un haz de luz púrpura inundó la habitación. Entre los rayos violáceos, vislumbró un rostro anciano, de barba blanca y fría mirada, que parecía reprocharle su conducta con palabras mudas. Y Rafael desapareció.
Luzbel se vistió y salió a la calle, estuvo horas paseando entre la muchedumbre, observando a los niños jugar en el parque, escuchando risas de ancianos y besos de enamorados.
Era verdad. Gabriel tenía razón. Una vez colgadas las alas, el cielo cerraba sus puertas. Sin embargo, tal y como, el ex arcángel Miguel le había contado, la mortalidad forzosa le devolvería su verdadera condición angelical. Aquella que no deberían a ver perdido por haber portado unas alas que, hacía tiempo, había dejado de significar el bien y la bondad.
Dios le había cortados sus plumas, convirtiéndola en un ángel caído más, y la había condenado a una eternidad humana. Pero se sentía feliz. Sabía que, a pesar de que la maldad hubiese existido siempre, el ser humano era el único ser capaz de ver la luz en la oscuridad más absoluta, pues aunque muchos sabían ya que Dios ya no estaba con ellos, no dejaban de luchar.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Desvaríos De Un Dolor De Cabeza

Ahí estaba proyectada otra vez. Era esa sombra amorfa que se dibujaba en la pared cada mañana y que, a lo largo del día, iba cambiando.
Al principio pensé que era fruto de mi imaginación fantásticamente perversa, pero con el paso de las semanas seguía allí: inconfundible, estrambótica, tentadora y aterradora.
Era extraño. Cuando entraba en la habitación y no la percibía de inmediato sentía un temor irracional. Luego, me tranquilizaba al notar la oscuridad sin forma que se desparramaba hacia el suelo.
Los días se comieron unos a otros y una noche vislumbre una guadaña.
Al acostarme, soñé con un ave.